El Western es el género en el que John Ford desarrolló la mayor parte de su carrera, y es el género que más ha contribuido a la expansión y a la evolución del cine americano, y es junto al cine «noir», el cine negro, el género que más imágenes para el recuerdo y para la historia ha dejado. No es extraño pues, que para el cinéfilo medio, «el mayor hacedor de westerns», John Ford, esté considerado como el mejor director de todos los tiempos.
Y es que hay algo en el cine de John Ford, algo unico y mágico, que no se encuentra en ningún otro director del mundo. Es esa sensación que te acompaña durante todo el visionado de sus películas, una sensación inexplicable, una fluidez en la historia, una capacidad para describir a los personajes, dotarles de alma y personalidad, y una profundidad dramática verdaderamente ejemplar. Es tener la sensación de que detrás de la cámara hay un verdadero narrador, que busca siempre el plano ideal para escenificar las emociones que subyacen bajo los personajes. Es la sensación constante de que cada plano tiene su importancia, de que todas las escenas tienen algo importante que contarte, de que más que ver una película, te están recitando una obra de Dostoievski con sonidos e imágenes.
«El hombre que mató a Liberty Valance», estrenada en 1962, es su gran obra maestra. No obstante se le ha llegado a nombrar como «la Casablanca del Western». En una época en la que el color había quedado totalmente instaurado, Ford decide rodar esta película en blanco y negro. Se trata de una película modesta y de bajo presupuesto, pero es esa humildad y ese aire intimo y cálido de los personajes lo que la hace tan emotiva y especial.
La historia comienza cuando el senador Ranse Stoddard explica a un periodista su llegada al pueblo de Shinbone para ejercer la abogacía, y como antes de llegar fue atracado y golpeado por el temido pistolero Liberty Valance. A raíz de este hecho, Ranse se empeña en cambiar las leyes que rigen en el desierto y llevar ante la justicia a Liberty Valance. Por esto, sufrirá las burlas de Tom Doniphon, el gran rival de Liberty, un bondadoso pistolero pero anclado en el pasado. Tom está enamorado de Hallie, la camarera del Saloon, pero con la llegada al pueblo de Ranse, ya nada volverá a ser lo mismo.
Aparte de las cualidades de Ford a la hora de presentar a los personajes, y de su talento a la hora de narrar historias, hay que destacar el impresionante plantel de actores. Tenemos a John Wayne (Tom Doniphon), un actor imponente, el tipo más duro de la historia de Hollywood, que sin embargo, ejerce en esta película de héroe romántico. Tenemos también a James Stewart (Ranse Stoddard), que nos regala otra actuación desencantada y amarga, pero maravillosa. Y por otra parte la enamoradiza belleza de Vera Miles (Hallie), y la maldad absoluta, encarnada en un Lee Marvin (Liberty Valance) sencillamente espectacular, uno de los villanos más terribles que se han visto nunca en una película. Los actores secundarios dan el contrapunto y son los que ofrecen esos momentos humorísticos tan entrañables y característicos de las películas de John Ford. Todos los actores, principales y secundarios, dan un auténtico recital de expresión dramática, de poder y de sensibilidad. Unas actuaciones todas bordeando la perfección, absolutamente impresionantes.
«El hombré que mató a Liberty Valance» es una película de desatado romanticismo. No solo por las miradas perdidas, por esa preciosa historia de amor a tres bandas, sino por el propio carácter de sus protagonistas, complejos, atormentados y ambiguos. Supone una mirada, nostálgica y melancólica, hacia un mundo, regido por pistoleros y por la ley del más fuerte, que va desapareciendo progresivamente para dar paso a la democracia y al progreso, a la ley y al orden. Es en este sentido, una película muy parecida a otro gran clásico del cine, «Los siete Samurais», de un discipulo aventajado de Ford, el japonés Akira Kurosawa, sobretodo en lo que se refiere a esa revisión del mito y la leyenda, en aquel caso el mundo de los samurais, y en este el mundo de los pistoleros. Es también una reflexión sobre las consecuencias del progreso, sobre el paso del tiempo, y también por que no, sobre el nacimiento de la democracia en Estados Unidos.
Es en definitiva, una película de obligado visionado. Una película que inaugura una nueva etapa para los Westerns, y lo hace mediante la propia trangresión de los códigos que hicieron grande a este género. Reflexiva, lírica, humana, terriblemente bella y crepuscular. Una película de las que remueven conciencias y sentimientos, una más, de John Ford, con la que enamorarnos del cine, y de la vida.
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